lunes, 2 de junio de 2008

Viajando por un sueño


Mucho se ha criticado la desmedida afición a viajar del actual mandatario nicaragüense Daniel Ortega, más aun, el lujo que representan dichos viajes que contrasta con la pobreza extrema de su pueblo; acusándolo algún mordaz escritor de tener un viejo sueño de pertenecer al “jet set”. Sin embargo, todo esto tiene varias aristas y habría que analizarlo desde diferentes perspectivas.

Hay que partir del hecho que a Daniel no le gusta viajar en avión. En cada viaje va con el Jesús en la boca, pues tiene terror que ocurra un accidente que pueda sumir en la desgracia a los cinco millones de nicaragüenses que tardarían años en superar semejante trauma. El sería muy feliz si a todos sus viajes pudiera desplazarse en un tren como el Expreso de Oriente, con cierto lujo, pero con los pies en la tierra. Así que habría que profundizar en los motivos que llevan al dignatario a someterse a un stress del demonio, en viajes a veces al otro lado del mundo.

Lo que pasa en realidad es que Ortega quiere trascender, quiere convertirse en un “hombre histórico” alguien que la posteridad lo ubique a la par de Gandi, Churchill, Juárez, Lincoln o Ricky Martin. Por un lado está muy consciente de que su paso por el poder en los años ochenta no fue relevante y el entusiasmo a nivel mundial que provocó la revolución sandinista, ya en el tercer milenio se entibió más que un pinolillo fuera de la refrigeradora. Conoce el sebo de su ganado y sabe muy bien que nadie es profeta en su tierra, así que si se queda en su terruño tratando de gobernar, no logrará su ambicionada meta, pues su propio pueblo se encargaría de enterrar su memoria en el más cruel olvido. Ya los métodos de represión de los ochenta no concuerdan con los tiempos actuales, así que está propenso al más vil de los vulgareos de parte de cualquier hijo de vecino. Como pueden ver, todo esto no abona a los sueños del mandatario.

La única forma entonces de lograr su ambición es en el foro mundial. No a través de sus colegas, pues estos son de siete suelas y no se dejan engañar fácilmente, sino mediante la prensa internacional. Si tan sólo un segmento de los medios en cada país le dedica espacios a sus intervenciones, tendrá al final de su mandato un importante acervo en la opinión pública mundial y así sí.

Lo que le falta al ciudadano presidente es una estrategia de comunicación adecuada que pueda abrirle paso en ese duro camino hacia la “inmortalidad” (nótese muy bien el entrecomillado para resaltar el carácter metafórico). Tal vez por una mala asesoría, está tomando un rumbo equivocado, habría que referir que alguien le sugirió a Daniel deshacerse de algunos “asesores” venezolanos que lo han embarcado en más de algún desaguisado. El discurso del Imperio puede caer en lo ambiguo pues hay que recordar al imperio chino, al imperio japonés o al imperio de la guerra de las galaxias. Tampoco es conveniente acusar algún rasgo de paranoia, sacando hasta en la sopa los complots desde la embajada americana.

Le sentaría, mejor que un Georgio Armani, un discurso ponderado, fruto de experiencias enriquecedoras. Esto le exigiría permanecer unos meses en su puesto y después de alcanzar logros contundentes en su administración, salir con bombo y platillo a compartirlos. Podría ordenar una investigación por el fast track a sus dos ministros acusados de obtener contratos públicos de manera ilegal y al Presidente del Consejo Supremo Electoral con el caso de la avioneta y aplicarles un castigo ejemplar que ahuyente cualquier posterior intento de corrupción en su gobierno y entonces echarse su viajecito. Luego presenta ante la ciudadanía con la documentación de soporte al alcance de todos, el teje y maneje de los fondos venezolanos del ALBA y entonces otro viajecito. Luego trabajar con los organismos internacionales para ganarse su confianza y abrir nuevamente la cooperación y entonces otro viajecito y así sucesivamente.

De esta forma, podría el presidente hacer algo por su pueblo y a la vez hacer algo por su imagen y así sus compatriotas hasta le podrían tolerar sus viajes al exterior.






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