viernes, 18 de julio de 2008

Nada que celebrar


Este 19 de julio una minoría del pueblo nicaragüense celebrará un aniversario más de la llamada Revolución Sandinista. En pleno siglo XXI, cuando ya se disipó el romanticismo de los movimientos revolucionarios que emocionaron al mundo el siglo pasado, esta celebración parece más bien como una misa de difunto celebrada a los diez años del deceso, cuando ya la resignación sobrepasó a la ausencia y lo cotidiano cubrió el ejercicio de extrañar.

Si hacemos un balance de lo que nos dejó este movimiento, encontramos que en lugar de una celebración, debería realizarse una conmemoración, al igual que hace el pueblo japonés en el aniversario de la bomba de Hiroshima y Nagasaki, en donde el dolor es el común denominador en la conciencia colectiva.

Si se hace a un lado el derrocamiento de Somoza y su régimen totalitario que sentía que había nacido para morir en el poder y luego heredarlo a sus hijos, en términos reales la situación de Nicaragua sufrió un enorme deterioro en los diez años que el sandinismo usufructuó el poder.

En términos económicos Nicaragua pasó de ser el granero de Centroamérica a ser uno de los países más pobres no sólo de la región, sino de toda América. El ingreso per cápita se deterioró tanto que hacen falta veinticinco años de crecimiento sostenido para recuperar el nivel que teníamos en 1979. Esto no es opinión, son cifras reales, inobjetables. La inflación alcanzada durante la gestión sandinista sobrepasa los parámetros de los Record Guiness. No contentos con el daño a nivel catastrófico propinado a la economía nacional, como un botín de guerra ejecutaron la llamada Piñata Sandinista para terminar de dejar en la calle al país.

En términos políticos la revolución sandinista creó al igual que el doctor Frankestein, una nueva clase política de corte gansteril que ha secuestrado al país y ha obligado a sus adversarios a pactar con ellos y ofrecerles el control del país en bandeja de plata. El sandinismo además ha destrozado la institicionalidad del Estado, creando un aparato al servicio de los intereses más mezquinos que se puedan encontrar en el país.

En lo referente a los derechos humanos, el sandinismo pisoteó a su gusto y antojo los más elementales derechos humanos del pueblo nicaragüense, con un régimen de terror y de miseria. El servicio militar obligatorio, los juicios sumarios y ejecuciones realizadas en 1979, así como el vejamen practicado al pueblo miskito son sólo botones de la muestra de las atrocidades que cometieron.

Gracias a la extorsión y chantaje del Danielismo, heredero de la franquicia de la Revolución, Daniel Ortega subió al poder nuevamente en 2007. Sin haber analizado las lecciones aprendidas durante su desastrosa gestión en los ochenta, Ortega está conduciendo al país al despeñadero. Los logros que se obtuvieron en el terreno económico en los 16 años que estuvo “fuera” del poder, se están yendo al traste en tan sólo año y medio de su administración, pues en lugar de dedicarse a resolver los problemas prioritarios de la población, se ha dedicado a tomar nuevamente al Estado como un botín, para él, su familia y sus esbirros.

Con relación a los derechos humanos, aunque con el pie tembloroso, está pretendiendo pisotearlos de nuevo, salvo que ahora se encuentra con una opinión pública fortalecida y con mayores espacios que en los ochenta y por lo tanto lo tiene que pensar.

Pero lo más crítico es la imagen internacional que está obteniendo el país, por culpa de las metidas de pata del Titular del Ejecutivo, que sin el menor asomo de cordura, se atreve a declarar socios y amigos a grupos terroristas como es el caso de las FARC, en donde haciendo caso omiso de las descalificaciones de la comunidad internacional, se empeña en seguir de abanderado de causas más que perdidas.

En fin, este 19 de julio, el pueblo de Nicaragua sólo puede pensar en el dolor de la oportunidad perdida, pues el movimiento pudo haber traído paz y prosperidad al país y al caer en manos equivocadas, tan sólo trajo miseria y destrucción a la Patria.






1 comentario:

Denis dijo...

Tenés razón, no hay absolutamente nada que celebrar, más bien hay que lamentarse que esta caterva de piñateros se hayan apoderado de Nicaragua. Necesitamos un nuevo Día de la Alegría, tal vez los Ortega Murillo hacen felices al pueblo de Nicaragua y se van a las selvas Colombianas a apoyar a los de las FARC y nos dejan en paz.